El disputado voto
del Sr. Cayo
Juan Fco. Plaza
Ha llegado el momento, como cada cuatro
años, de cumplir con nuestro deber de ciudadanos, quizás con más trascendencia
que en otras ocasiones por lo ajustado del resultado que pronostican las
encuestas, y el alto nivel de indecisos, que aún a día de hoy, siguen
existiendo (más de un 40% según el CIS).
Ha llegado la hora de quejarse donde hay que hacerlo, de dar
"bofetadas" y repartir premios. El momento de decidir qué tipo de
país y de sociedad queremos, si la de los Casos Gürtel,
Púnica, Palma Arena, Malaya, Pokemón, Eres, Campeón y así hasta
un largo etcétera. La de los Ratos, Bárcenas, Pujols, Lanzas, Arísteguis, etc, etc. O la
de apostar por formaciones que lleguen con las ventanas abiertas para hacer el
ambiente más respirable y, sobre todo, que esgriman por estandarte la
honestidad, la honradez y la limpieza. El arco electoral y las perspectivas se
han ampliado en esta campaña, y lo que al parecer se vislumbra en el parto
postelectoral, es un panorama sin mayorías.
Como el personaje de la novela de Delibes, que tan
magistralmente interpretara Paco Rabal en la película de Giménez
Rico, El disputado voto del Sr. Cayo: Un hombre rural
sin estudios apegado a la tierra, altivo y orgulloso, con su sabiduría popular
nos hace reflexionar sobre el singular universo de la política, los políticos y
el lenguaje ladino y sórdido que emplean estos, para intentar darle la vuelta a
las cosas y convencer a los electores de
que el país es Jauja y de que no hay lastre que soltar, y solamente las
promesas de futuro son esperanzadoras y
brillantes. Un mundo "felíz" sustentado en la mentira y las argucias desmontadas a base de ingenio y
tozudez por parte del lugareño. “Me
parece a mí que no vamos a entendernos”,
le contesta Cayo a los políticos que
acuden a Cortiguera, su pueblo natal, en busca de su "disputado" voto, después de
varias promesas para intentar que abandone su pueblo.
Así pues, el
porqué de la importancia de decidir con nuestro voto, libremente y sin
complejos, y la valía que éste tiene. A veces, unos pocos votos deciden un
escaño, nuestro voto es valioso y hay que ir a depositarlo a la urna, no vale
quejarse en la barra del bar o en las redes sociales si no se ha votado
previamente. No votar implica que otros decidan por ti. La abstención, gracias
a una trasnochada ley electoral ideada en el siglo XIX, como la D'Hont, siempre
beneficia en una misma dirección.
Ha llegado el momento, como cada cuatro años, de quejarse, si procede, donde hay que hacerlo, en las urnas.